Sábado 15 de Junio de 2013 - 11:52
¿Cuánto
podemos llegar a vivir los humanos (y, sobre todo, cómo) y cuáles son
las bases moleculares y genéticas del proceso del envejecimiento y de
las enfermedades que lo culminan? Esos dos parámetros fueron en los que
se situó el debate de un cardiólogo, dos neurólogos, una oncóloga y un
experto en envejecimiento que reunió el Centro Nacional de
Investigaciones Cardiovasculares (CNIC) de España.
“En una década, la supervivencia media de los
estadounidenses se ha alargado seis años”, dijo Valentín Fuster,
director del CNIC. “En 2030 la edad media a la muerte será de 90 años,
con una franja que va de los 76 a los 106”, señaló. El aumento de la
supervivencia es una constante en los países ricos (y también en los
demás, gracias al mayor control de las enfermedades transmisibles, las
infecciosas).
El límite de supervivencia humana no está claro. Y si
hay algo que odien los científicos es que les pidan que especulen. Así
que poner un tope a este proceso es complicado. “Lo único que sabemos es que una mujer ha vivido hasta los 127 años y un hombre hasta los 116”,
dijo Vladímir Hachinski, presidente de la Federación Mundial de
Neurología. Y eso demuestra que ese límite es posible y que puede
aumentar. El reto es que sea en condiciones aceptables. Y que, además,
se puede conseguir un envejecimiento saludable. Fuster puso el ejemplo
de un paciente de 106 años que llegó a su consulta para pedirle que le
ayudara a programar “sus actividades futuras”.
“En una década, la supervivencia media de los
estadounidenses se ha alargado seis años”, dijo Fuster. “En 2030 la edad
media a la muerte será de 90 años, con una franja que va de los 76 a
los 106”, señaló. El aumento de la supervivencia es una constante en los
países ricos (y también en los demás, gracias al mayor control de las
enfermedades transmisibles, las infecciosas). En España, por ejemplo, se
ha pasado de una esperanza de vida al nacer de 80,9 años en el año 2006
a 82,1 en 2011, también según el INE.
El ejercicio previene enfermedades cardiovasculares, neurodegenerativas y hasta cánceres, y sirve a cualquier edad. / CONSUELO BAUTISTA |
Si hay algo en lo que la mayoría de la humanidad está
de acuerdo es en que quiere vivir lo más posible, pero con ciertas
garantías de calidad. Y ahí es clave la capacidad intelectual. “Tenemos técnicas para hacer que el corazón dure. ¿Y el cerebro?”, preguntó Fuster. Hachinski fue tajante: “Va a ser mejor”. Aunque esto no será gratis. Para ello “hay que ejercitarlo”. “La mejor manera de conservar un órgano es usarlo, y si además lo protegemos…”.
Hay que reconocer que al llegar al asunto de la
prevención —de todo, del envejecimiento en general y de cada enfermedad
en particular— el debate amenaza siempre con desinflarse. A estas
alturas, que alguien insista en que los factores de prevención
cardiovascular son hacer ejercicio, dejar de fumar e ingerir menos
calorías casi crea rechazo a base de repetirlo —como señaló el neurólogo
Samuel Gandy—. No se trata solo de factores de prevención para las enfermedades cardiovasculares. Que
preguntados María Blasco, directora del Centro Nacional de
Investigaciones Oncológicas de España (CNIO) y Gandy coincidan en su
impacto en sus respectivos campos es una muestra de que, en el fondo, “las claves del envejecimiento y las enfermedades asociadas son muy pocas, y comunes”, como dice Hachinski.
La confirmación por parte de Blasco es contundente. De
los reunidos, ella trabaja quizá con lo más recóndito: los telómeros que
se encierran en el núcleo de las células, unidos inexorablemente al
ADN. “Se trata de estructuras que protegen los extremos de los
cromosomas”, explica la directora del CNIO. “En cada división celular se
pierde una parte. Por eso podríamos decir que midiendo su longitud en
los embriones se podría predecir lo que va a vivir una persona”, aclara.
Y lo importante para el asunto del envejecimiento y su prevención es
que “incluso hay marcadores moleculares que permiten reflejar a ese
nivel los cambios de hábitos. Definitivamente, el estilo de vida se
refleja en los telómeros”, indica. La investigadora es capaz incluso de
cifrar el impacto de los factores de vida en lo que sucede con los
telómeros. “El 20% es genético” —y, por tanto, ahí hay, de
momento, poco que podamos hacer, podría haber añadido—. “Pero el otro
80% es ambiental”.
Lea la nota completa en el diario español El País.
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